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Salomón Raydán |
A mi
hermana con mucha ternura
pues
realmente cree
que María
es la culpable
La reunión comienza con los saludos de
siempre. Hace tiempo que no me reúno con los grupos y de inmediato siento la
calidez de la gente.
–Salomón, estás buenmozo. Te ha sentado
bien el frío –dice Amada mientras me da un abrazo que borra el tiempo
transcurrido.
Son hombres y mujeres que conozco hace
casi veinte años, desde que los Bankomunales eran apenas un ensayo en Macanao. La
reunión transcurre entre mis repetidos chistes y las risas algo cansadas de la
gente. Pero entre broma y broma, perfilamos nuestros planes para el próximo
año. Una carta mía un poco desesperada, prendió las alarmas sobre la inflación
y la pérdida de valor de los fondos, que con tanto empeño han logrado acumular
en todos estos años. Ahora estamos allí, para juntos pensar cómo enfrentar esta
situación tan complicada
–Coño, salomón, la cosa está muy difícil
–me dice Juan, un viejo líder de la Sierra, que he visto madurar en sabiduría y
tolerancia.
Pronto me doy cuenta de que las voces contienen
cada vez más quejas y menos ilusiones. Pero yo he venido desde lejos a sembrar
esperanzas y no lamentos. Allí están los emprendedores de siempre. Hombres y
mujeres a los cuales debemos que los Bankomunales sean sueño en veinte países
de cuatro continentes.