Por: Salomón Raydán
Mucho
del análisis económico parte de la idea de que las decisiones que toman los
individuos, los gobiernos y las empresas en el campo económico, son
fundamentalmente racionales. Este principio ha sido y está siendo altamente
cuestionado, hasta el punto que ya sin mucho temor a equivocarnos, podemos
asegurar que el objeto de estudio de la economía se mueve cada día más hacia
los problemas emocionales y mentales, que hacia la estadística y la matemática.
Está resultando en forma cada vez más evidente que la economía está cargada de
locura, manías, atolondramientos, imitaciones, irreflexiones, caprichos,
temores, y en fin, emociones de todo tipo, que condicionan el actuar de los
sujetos económicos.
La
oferta y la demanda por ejemplo distan mucho de ser fuerzas frías e
individuales. Son, en muchas ocasiones, consecuencias de modas, manipulaciones,
estrategias de ventas, ofertas engañosas, temores, y reacciones emocionales que
nos llevan más hacia la manera en que nuestra psique opera, que hacia los
componentes de la teoría clásica, tales como materias primas, trabajo,
etcétera. Los precios no los fijan los costos, sino las modas, las ofertas
manipuladoras o las demandas alocadas de muchos consumidores.
En
un interesante libro sobre Psico-Economía, Javier Ruiz asegura que ante la
pregunta: Si todos saltan por un puente, tu también lo harías; la respuesta en
economía a esta pregunta es que probablemente si saltaría. Esto es lo que él
llama el efecto manada, sobre el cual se basan muchas de las decisiones
económicas y financieras. Por su parte J. Shiller, economista e investigador de
la Universidad de Yale, demostró que la decisión de invertir en la bolsa en más
de la mitad de las ocasiones, no respondía a un análisis o razonamiento propio,
sino a la pura imitación. Solo un 33% de los inversores en la bolsa estudia las
compañías en las que invierte. El 77% lo hace simplemente porque “alguien más
lo estaba haciendo”.
Otro
interesante ejemplo de esta irracionalidad lo vemos en el conocido truco de
venta que se basa sobre la manera en que nuestra mente escoge siempre la salida
menos conflictiva. Para ello, si un vendedor desea que alguien escoja una
determinada opción, como por ejemplo viajar a un país u a otro, el vendedor
diestro y conocedor de nuestra manera de pensar, no presentará dos opciones
claras, sino que introduce una tercera que se asemeja mucho a una de las dos que
originalmente se planteaba. De esta manera el comprador se enfrenta a tres y no
a dos opciones. Dos de estas tres opciones son planteadas de forma muy parecida
y hasta compleja, así que su escogencia genera un conflicto en la decisión.
Nuestra mente busca evitar los conflictos y la tendencia normal será que se
escoja la tercera opción, sobre la cual no hay conflicto. De esta manera el
vendedor cumple o realiza el objetivo de vender la opción que realmente quería
desde el comienzo.
Muchas
de las actuaciones económicas (gasto, inversión, ahorro), se basan en nuestros
miedos o temores, más que sobre una decisión analítica. El fenómeno de la
aversión a las pérdidas ampliamente estudiado por la psicología, especialmente
en ludópatas (adictos a los juegos de apuesta), demuestra que somos capaces de
correr grandes riesgos, más allá de lo económicamente racional, solamente por
no reconocer una pérdida. Un ejemplo de esto lo encontramos en lo que cuesta
desprenderse de una propiedad cuyo precio está en caída. La racionalidad dice
que una caída de precios, como por ejemplo el de las viviendas en los últimos
años, difícilmente será corta y en general, esperar la recuperación de los
precios es una decisión financieramente desacertada, no solo por lo tardío que
puede resultar, sino por la pérdida de oportunidad del dinero. Sin embargo la
mayoría de las personas optan por no vender a un precio menor al adquirido,
simplemente por no reconocer el error en la inversión inicial. El resultado es
que pocos bajan los precios, por lo tanto la demanda se mantiene baja y los
precios continúan bajando.
¿Existe
algo más irracional que ahorrar en tiempos de alta inflación? ¿Se puede
explicar desde la racionalidad que la gente ponga su dinero en un banco, para
recibir unos intereses menores a la media de la inflación? El resultado de esto
es que cada día somos más pobres, pues nuestra capacidad de adquirir con esos
ahorros disminuye con el tiempo. Sin embargo la gente sigue ahorrando (los que
pueden). Esto lo hacen, como hemos mencionado en otros artículos, más por
decisiones emocionales relacionadas con los temores o miedos.
Para
concluir, citamos de nuevo a Javier Ruiz, quien sostiene sobre la economía
actual lo siguiente: “empieza a ser necesaria la vigilancia psiquiátrica para
un sistema que hasta ahora había sido descrito como pura matemática”.
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