22 jul 2014

El sesgo optimista



 Por: Salomón Raydán
Ser positivo en exceso no es recomendable cuando 85% de las nuevas empresas fracasan a los cinco años en América Latina.
Según datos proporcionados por el premio Nobel de economía Daniel Kahneman, la mayoría de los estadounidenses tiende a creer que el funcionamiento de su negocio será prometedor. La estimación media que hacen de las posibilidades de éxito de una empresa del sector en el que ellos quieren emprender es de 60%. Pero lo cierto del caso es que este cálculo está dos veces por encima de lo que ocurre en la realidad.
Ahora bien, el optimismo era aún mayor cuando la pregunta se refería a las posibilidades de éxito del negocio del entrevistado, es decir, ya no se preguntaba sobre la actividad o sector, sino, sino sobre su compañía en particular.
Aquí las estimaciones de éxito eran de 81% y más de 33% de estos entrevistados concluyeron que las posibilidades de fracaso eran igual a 0%.

La realidad es que en Estados Unidos menos de 35% de los pequeños negocios sobrevive a los cinco años. Por otra parte, en América Latina, donde el concepto de "realidad del dinero " es mucho más vago, debido a razones sociológicas y religiosas, seguramente a esta pregunta cerca de 100% respondería que no hay posibilidades de fracaso. Pero la realidad es que la cifra de cierres a los cinco años en nuestros países es muy superior a 85%.
Kahneman llama a esto el "sesgo optimista" y, pese a que el optimismo ha sido calificado por todo el mundo como un elemento clave dentro de las características de los emprendedores y, ciertamente, lo es, la verdad del asunto es que un optimismo que no se sustenta en la realidad objetiva puede ser, según otro estudioso del tema, "pertinaz y costoso".
Los psicólogos han confirmado que, en su mayoría, los seres humanos creen que son superiores a casi todos los demás. Esta percepción de superioridad tiene importantes consecuencias en la manera como los empresarios se comportan, especialmente los pequeños, que carecen de los apoyos psicoemocionales suficientes para aterrizar su vanidad.
Un ejemplo de esto es cuando uno ve a pequeños empresarios repetirse en el error constantemente al comprar o alquilar un local para montar un negocio idéntico o muy parecido a otro que fracasó apenas un tiempo atrás.
Cuando uno les pregunta si revisaron por qué fracasó el negocio anterior, normalmente se lo atribuyen a errores o a incapacidades del viejo dueño, que por supuesto no reconocen en sí mismos.
Este "sesgo optimista" es muy difícil de cambiar y resulta casi imposible asesorar a un pequeño empresario empeñado en solo reconocer sus capacidades.
Si uno lo presiona para que haga un análisis más allá de su visión optimista, tiende a decir que el asesor es aguafiesta.
Esta ha sido una tarea difícil de lograr con los cientos de pequeños empresarios que me ha tocado asesorar en los Bankomunales. En muchas ocasiones, me los he ganado de enemigos y más de una señora me ha reclamado con llanto en los ojos que le he "matado sus ilusiones".
Otro estudioso del tema, Geoffrey Tate, muestra, por ejemplo, que los líderes más optimistas de las empresas tienden a asumir riesgos excesivos, se endeudan antes de buscar que el capital se produzca y, además, son más propensos a pagar más por lo que adquieren.
El optimismo en un empresario es, sin duda, importante, pero ha habido una exagerada y peligrosa valorización de esta cualidad que resulta particularmente negativa en pequeños empresarios.
Lo prudente es un optimismo comedido y realista que apunte a la investigación y análisis y no al simple voluntarismo, muy fuerte entre las personalidades de nuestros pequeños empresarios. Pero de estas personalidades hablaremos más adelante.

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