29 oct 2014

El dinero de las mujeres



Salomón Raydán
En muchas sociedades antiguas existieron esos distintos tipos de dinero que podían ser utilizados por diferentes miembros de la sociedad, dependiendo de su rol dentro de la misma, de su estatus económico, o de inclusive el sexo que tenía su poseedor. Así, el dinero que se utilizaba para pagar la dote o para los gastos funerarios, era considerado distinto al dinero que se utilizaba para comprar cereales o animales.
Normalmente un dinero que se está guardando para la adquisición de un bien deseado con intensidad, se valoriza de manera distinta a otro. Un ejemplo de esto lo podemos ver en muchos de los miembros de las comunidades donde trabajamos con los Bankomunales. Cuando una persona ha ahorrado dinero con el fin de adquirir algo que considera importante o especial y se presenta alguna necesidad inmediata, como primera opción no usa ese dinero que tiene guardado, sino que prefiere endeudarse e inclusive pagar altos intereses por ese préstamo, pero no gastar el dinero ahorrado. Su valorización de ese dinero es distinta a cualquier otro.

Otro ejemplo revelador: El dinero de las mujeres es normalmente considerado un dinero diferente al que es utilizado por los hombres. Esto tiene raíces muy antiguas y en algunas sociedades, el dinero que los hombres obtenían producto de su trabajo, se utilizaba principalmente para gastos o inversiones consideradas como de “mayor jerarquía”, mientras que el dinero que provenía de actividades realizadas por las mujeres se utilizaba para el consumo diario.
El dinero “femenino” sigue siendo valorizado de forma disímil. La mujer en la edad victoriana prácticamente no tenía acceso a ningún tipo de dinero y el hombre era el responsable de cubrir todos los gastos de la familia. Era responsabilidad masculina no solo dotar, sino también administrar la totalidad del dinero familiar. De esta manera el acceso a cierto dinero por parte de la esposa, se hacía por medio de técnicas de persuasión: pidiendo, rogando, convenciendo o incluso con pequeños hurtos, por no mencionar el clásico chantaje sexual.
Posteriormente y debido a las demandas por acceder al consumo personal, tanto los hijos como las mujeres comenzaron a recibir “mesadas”, pero este dinero fue también considerado un dinero de menor importancia que el dinero masculino. De hecho muchas veces se le llamaba “dinerrillo”. Esto ocurría cuando el esposo era quien entregaba la mesada a la esposa, pero en muchos casos y aún cuando el dinero era hecho con el trabajo directo de la mujer, se consideraba que el dinero era propiedad del esposo.
Viviana Zelizer en su interesante trabajo sobre el significado social del dinero narra por ejemplo, el caso de un campesino que demandó y ganó un juicio contra su esposa, que había ahorrado dinero de su propio trabajo, porque al final de cuentas según el Juez, “el dinero familiar pertenecía al marido”.
Esa histórica distinción entre el dinero femenino y masculino aun se mantiene, en especial pero no exclusivamente, entre las familias de bajos ingresos. Un típico ejemplo lo representan aquellas familias donde la mujer contribuye con su esfuerzo y trabajo a aportar ingresos a la familia.
Muchas mujeres durante toda su vida realizan oficios artesanales o trabajan en otras actividades remuneradas para poder mantener los gastos de su familia y cubrir sus necesidades, y pese a que en términos reales ese dinero gran cantidad de veces es mayor al que aporta el hombre de la casa con su empleo, la verdad del asunto es que tanto el trabajo masculino como el dinero proveniente de ese trabajo, son valorizados como más importantes que los de la mujer.
El caso del dinero femenino (el dinero producido o usado por las mujeres) es solamente un ejemplo, un indicador empírico de la complejidad social de la economía que se mantiene oculta bajo la creencia de un simple y racional dinero de mercado.
En otra oportunidad, hablaremos del dinero de los hijos y veremos cómo allí también se esconden otras complejidades importantes.
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