14 mar 2015

Vender créditos

Salomón Raydán

El sobreendeudamiento es un mal de variadas consecuencias, pues sus efectos son dañinos tanto para la institución financiera, como para los clientes. Sobre endeudarse es básicamente tomar un crédito en monto superior a los que la persona tiene capacidad de pagar. Este es un fenómeno muy bien conocido en las microfinanzas, pero aun así, es una práctica utilizada frecuentemente, pues en el mundo financiero, al igual que en muchos otros, las necesidades del corto plazo, reinan sobre lo racional. Cuando el profesor Yunnus mostró al mundo las posibilidades del micro crédito, estalló una fiebre que llevo a los agentes internacionales de cooperación a enrumbarse en el camino de su promoción. “Los pobres son financiables” se dijeron a sí mismos y empezaron a ver cómo llevaban crédito a la gente pobre. Lo primero que pensaron fue en las ONGs que realizan trabajo social, pues creyeron que éstas, por trabajar con poblaciones de bajos ingresos, eran las más indicadas para ejecutar dichos programas. Muy pronto se dieron cuenta de la metida de patas. En la mayoría de las ONGs no había ninguna experiencia haciendo el oficio de banquero, y peor aún, existía una visión asistencialista que en poco ayudaba a establecer un sano modelo crediticio, que entre otras cosas, garantizara el retorno del dinero.

La experiencia resultó una torta mayúscula, pues no solo las ONGs perdieron el dinero que colocaron, sino que toda la aventura de las microfinanzas, estuvo a punto de irse al olvido como consecuencia de aquellos primeros años locos de los créditos sin retorno. Así, las microfinanzas nacieron con grandes dificultades y fue necesaria mucha cartera perdida, mucho dinero botado, antes de que la maquinaria se aceitara y la industria microfinanciera se pudiera establecer como lo ha hecho en estos últimos 25 años.
Afortunadamente para la sociedad, el dinero prestado en esos primeros años de fiebre micro crediticio, venía de la cooperación y casi siempre era no retornable. En otras palabras, no tenían grandes dolientes. La cosa se puso mucho más compleja cuando los recursos empezaron a provenir de los ahorros del público, mediante préstamos bancarios. Ya el dinero no era una donación que podía o no regresarse, sino que se trataba de dinero de los ciudadanos comunes, gente de la calle y si no se conseguía el pago de los créditos, las consecuencias para la institución que prestaba y para la sociedad en general, serían perversas.
Allí estuvo la clave del éxito del crecimiento de las microfinanzas, pues la cosa pasó de ser un jueguito entre algunas ONGs, a constituirse y desarrollarse como un asunto serio, donde corrían peligro los dineros de la gente y no solo los fondos de cooperantes. Eso trajo como consecuencia que la actividad fuera mucho más formal y los agentes encargados de manejar el asunto de los microcréditos, se especializaran en análisis de riesgo y manejo de cobranzas, con metodologías adecuadas, bastante particulares, típicas de las micro finanzas, pero suficientemente buenas como para garantizar un mejor volumen de retorno.
Si bien no cobrar es pésimo para la institución que presta el dinero, desde el lado del que no paga, contrario a los que muchos piensan, la cosa no es tampoco muy buena. Cuando la gente no paga, especialmente las personas con escasos recursos económicos, hay consecuencias de varios tipos. Unas tienen que ver con cerrar las puertas a nuevos financiamientos, cosa verdaderamente poco recomendable si se es pobre, pues está altamente demostrado que, es prácticamente imposible salir de la pobreza, sino se cuenta con acceso a capital frecuentemente, poco capital quizás, pero rápido y constante. Las otras consecuencias son más bien de orden moral y también son terribles. No poder pagar un crédito no es tan malo para los pagadores inmorales, pero es terrible para los buenos pagadores. Las consecuencias en su autoestima y en su futuro como ciudadano, han sido analizadas en muchos estudios y están lejos de ser menores.
El asunto es que para pagar hacen falta dos cosas imprescindibles. Se debe tener CAPACIDAD de pagar y VOLUNTAD de hacerlo. Si se tiene la voluntad de pagar, pero no se tiene Capacidad, no se podrá pagar, ni que se quiera. Si por el contrario, si hay capacidad, pero no hay voluntad de pagar, entonces cobrar el crédito será casi imposible. Ambos asuntos deben estar presentes y si la gente, no tiene elementos prácticos que los ayuden a medir su verdadera capacidad de pagar, es muy posible, que aun con intenciones de hacerlo, no puedan pagar.
Todo este alboroto microfinanciero lo estoy planteando porque existen instituciones financieras, en el oficio de “vender crédito”: en otras palabras, buscando colocar carteras, sin medir adecuadamente la capacidad de pago de la gente.
En el caso de las microfinancieras por ejemplo, tienen empleados, oficiales de crédito como los llaman normalmente, diestros en el propósito de colocar créditos a como dé lugar. De hecho, sus remuneraciones como empleados están asociadas a los volúmenes de colocación y recuperación, pero primero se coloca y después, quizás cuando ya el empleado se fue de la institución, es que se recupera.
Otros bancos están estimulando el financiamiento al consumo, aun en sectores de bajos ingresos y si bien esto lo hemos defendido frente a aquellos que piensan que el financiamiento debe ser exclusivamente para actividades empresariales, siempre explicamos que solo se tendrán buenos resultados de estas políticas, si se hace de manera progresiva y acompañada de un buen programa de educación, que permita a la gente, poco a poco, poder medir su verdadera capacidad de pago.


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