Sumito Estévez |
Tomado de "El Nacional" 12/10/14
Cada quien con sus obsesiones y sus sueños, y uno
de los míos apunta a lograr que nuestros sabores se envasen con código de barra
para que puedan ser exhibidos en anaqueles de supermercados. Si lo meditan un
poco, la única forma de exportar una cultura gastronómica es esa. Mientras
nuestro ají dulce no esté en pasta o deshidratado, mientras no haya botellas de
aceite onotado, mientras nuestros quesos no estén tratados para exportación,
mientras no se vendan frascos con sofrito, mientras no sea famoso un lomo
caroreño rebanado… y un pare de contar infinito; pensar en exportar una forma
venezolana de ser, desde nuestros sabores, solo será un sueño.
Históricamente ese logro enfrascado no surge desde
los grandes industriales de la alimentación, sino desde humildes manos
populares que conocen nuestro recetario y nuestra sazón, y que suelen hacerlo
de manera doméstica en sus propios hogares. Asesorar a esas personas en
aspectos gastronómicos y de conservación, darles facilidades burocráticas para
que formalicen sus emprendimientos, darles asesoría financiera y los primeros
pasos del crédito, explicarles la importancia de una etiqueta, y sobre todo
darle cabida a su producto en anaqueles para que otros los conozcan; ha sido la
clave de muchos países que hoy en día son considerados potencias en exportación
de alimentos. Lo he comentado antes: soy un imperialista cultural porque creo
en volver conversos a otros pueblos hasta enamorarlos del mío.
En la isla de Margarita, más específicamente en La
Asunción, desde hace varios años se hacen ferias populares de calle de
artesanos gastronómicos. Gracias al apoyo del gobierno municipal, organismos de
turismo y cultura y la comunidad organizada, esas ferias han mejorado cada año,
tanto en calidad de organización como en la calidad de las propuestas. Mujeres
y hombres que hace cinco años se aventuraron por primera vez a mostrar su torta
de pan de año o su pastel de chucho en un mesón vestido con tela en la calle,
han ido afinando su propuesta. Lo más importante es que han comenzado a soñar
que podrían mantener a sus familias con el fruto de ese trabajo y han inspirado
a otras (uso el femenino porque casi todas son mujeres) a aventurarse con
originales propuestas como miel de papelón o mermelada de ají dulce.
Con ellas y ellos vengo trabajando hace un buen
tiempo. Son mis amigos. Son mis vecinos. Son mi familia extendida. Nos
saludamos en la calle cuando nos encontramos camino al trabajo, porque todos
(por el momento) trabajan en otras cosas. Una vez nos reunimos para ver si
hacíamos una cooperativa en un espacio de mi escuela de cocina, con miras a
hacer un local para el público. Pero las cooperativas, salvo que el trabajo de
uno complemente al de otro, son complicadas. Luego vimos la posibilidad
de hacer una banca comunitaria gracias a la asesoría de Salomón Raydán y sus Bankomunales. El banco
se logró y ha ayudado, pero era algo ingenuo de mi parte pensar que sin
entrenamiento en negocios íbamos a hacer nuestra tienda. De ingenuidad en
ingenuidad nos hemos ido conociendo. De ingenuidad en ingenuidad nos hemos ido
entrenando. Así nació esta semana El Rincón Asuntino.
Remodelamos una parte de nuestro restaurante
Mondeque, le pusimos una nevera exhibidora, en las paredes repisas de madera,
hicimos un logotipo y bautizamos el espacio. ¡Es nuestro Rincón Asuntino!
Pero en esos anaqueles no se puede estar solo por
el hecho de que cocinemos sabroso. Hay condiciones. Todos pasarán por un taller
de manipulación de alimentos, todos tendrán número de impuestos (RIF) para lo
que el organismo nacional (Seniat) prestó gran ayuda en una jornada… Pero sobre
todo ¡deben tener un envase con etiqueta, nombre y forma de contacto! La
alegría de la que fui testigo cuando muchos de mis aliados en este proyecto
vieron esas etiquetas que ellos mismos diseñaron es algo que no olvidaré. Uno
subestima la etiqueta y su diseño, cuando en el fondo es el resumen de cómo
queremos que nos conozcan, nos vean y nos contacten.
Lo más importante es que no hay nada regalado.
Tuvimos apoyo de la Alcaldía de Arismendi (La Asunción, isla de Margarita) y de
organismos de turismo, pero en ningún caso hubo ayuda económica. Yo como
empresario que hizo una inversión, para acomodar el espacio de mi restaurante,
la pienso recuperar cargando un porcentaje acordado entre todos a la venta de
esos productos; y cada aliado debe saber cuánto cobrar para ser competitivo y
sustentable, porque mi restaurante jamás regateará el precio que ellos decidan.
Que no regalen ellos, que no regale yo, que todos aprendamos a hacer de esto un
negocio.
Con apenas 24 horas de abiertos la división de
talleres de emprendimiento de la Universidad Sigo (isla de Margarita) le
ofreció al grupo de emprendedoras un taller de 20 horas, y el presidente local
del organismo oficial para el desarrollo de pequeña industria (Inapyme) tuvo
una conversación con el grupo ¡Esto es apenas un camino que inicia y que
dependerá de la suma de muchos!
De nuestros errores aprenderemos y cuando uno de
nosotros no esté vendiendo, entre todos analizaremos qué factores (precio,
presentación o producto ofertado) pueden estar influenciando, y veremos cómo
mejorar.
Soy
un soñador porque estoy rodeado de gente que sueña. Gente que ya se imagina ser
descubierta por empresarios que probaron en nuestro rincón uno de sus productos
y les proponen ir a supermercados, gente que sueña que los llamen a hacer los
abrebocas en bodas, gente que sueña con bolsas llenas de sus productos como
souvenir de los turistas, gente que sueña que nuestra cultura sea conocida en
todo el mundo… Gente que cada mañana sueña país.
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