Salomón Raydán |
En muchas
sociedades antiguas existieron esos distintos tipos de dinero que podían ser
utilizados por diferentes miembros de la sociedad, dependiendo de su rol dentro
de la misma, de su estatus económico, o de inclusive el sexo que tenía su
poseedor. Así, el dinero que se utilizaba para pagar la dote o para los gastos
funerarios, era considerado distinto al dinero que se utilizaba para comprar
cereales o animales.
Normalmente
un dinero que se está guardando para la adquisición de un bien deseado con
intensidad, se valoriza de manera distinta a otro. Un ejemplo de esto lo
podemos ver en muchos de los miembros de las comunidades donde trabajamos con
los Bankomunales. Cuando una persona ha ahorrado dinero con el fin de adquirir
algo que considera importante o especial y se presenta alguna necesidad
inmediata, como primera opción no usa ese dinero que tiene guardado, sino que
prefiere endeudarse e inclusive pagar altos intereses por ese préstamo, pero no
gastar el dinero ahorrado. Su valorización de ese dinero es distinta a
cualquier otro.
Otro
ejemplo revelador: El dinero de las mujeres es normalmente considerado un
dinero diferente al que es utilizado por los hombres. Esto tiene raíces muy
antiguas y en algunas sociedades, el dinero que los hombres obtenían producto
de su trabajo, se utilizaba principalmente para gastos o inversiones
consideradas como de “mayor jerarquía”, mientras que el dinero que provenía de
actividades realizadas por las mujeres se utilizaba para el consumo diario.
El dinero
“femenino” sigue siendo valorizado de forma disímil. La mujer en la edad
victoriana prácticamente no tenía acceso a ningún tipo de dinero y el hombre
era el responsable de cubrir todos los gastos de la familia. Era
responsabilidad masculina no solo dotar, sino también administrar la totalidad
del dinero familiar. De esta manera el acceso a cierto dinero por parte de la
esposa, se hacía por medio de técnicas de persuasión: pidiendo, rogando,
convenciendo o incluso con pequeños hurtos, por no mencionar el clásico
chantaje sexual.
Posteriormente
y debido a las demandas por acceder al consumo personal, tanto los hijos como
las mujeres comenzaron a recibir “mesadas”, pero este dinero fue también
considerado un dinero de menor importancia que el dinero masculino. De hecho
muchas veces se le llamaba “dinerrillo”. Esto ocurría cuando el esposo era
quien entregaba la mesada a la esposa, pero en muchos casos y aún cuando el
dinero era hecho con el trabajo directo de la mujer, se consideraba que el
dinero era propiedad del esposo.
Viviana
Zelizer en su interesante trabajo sobre el significado social del dinero narra
por ejemplo, el caso de un campesino que demandó y ganó un juicio contra su
esposa, que había ahorrado dinero de su propio trabajo, porque al final de
cuentas según el Juez, “el dinero familiar pertenecía al marido”.
Esa
histórica distinción entre el dinero femenino y masculino aun se mantiene, en
especial pero no exclusivamente, entre las familias de bajos ingresos. Un
típico ejemplo lo representan aquellas familias donde la mujer contribuye con
su esfuerzo y trabajo a aportar ingresos a la familia.
Muchas
mujeres durante toda su vida realizan oficios artesanales o trabajan en otras
actividades remuneradas para poder mantener los gastos de su familia y cubrir
sus necesidades, y pese a que en términos reales ese dinero gran cantidad de
veces es mayor al que aporta el hombre de la casa con su empleo, la verdad del
asunto es que tanto el trabajo masculino como el dinero proveniente de ese
trabajo, son valorizados como más importantes que los de la mujer.
El caso
del dinero femenino (el dinero producido o usado por las mujeres) es solamente
un ejemplo, un indicador empírico de la complejidad social de la economía que
se mantiene oculta bajo la creencia de un simple y racional dinero de mercado.
En otra
oportunidad, hablaremos del dinero de los hijos y veremos cómo allí también se
esconden otras complejidades importantes.
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